Primeros años
Hija del rey Enrique VIII y de la princesa española Catalina de Aragón, María de niña fue un peón en la amarga rivalidad de Inglaterra con las naciones más poderosas, siendo propuesta infructuosamente en matrimonio a tal o cual potencia deseada como aliada. Una niña estudiosa y brillante, fue educada por su madre y una institutriz de rango ducal.Prometida por fin al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, su primo Carlos V (Carlos I de España), María recibió la orden de venir a España con una enorme dote en efectivo. Esta demanda ignorada, la dejó plantada y concluyó una pareja más ventajosa. En 1525 fue nombrada princesa de Gales por su padre, aunque la falta de documentos oficiales sugiere que nunca fue investida formalmente. Luego celebró la corte en el Castillo de Ludlow mientras se hacían nuevos planes de esponsales. Sin embargo, la vida de María se vio radicalmente alterada por el nuevo matrimonio de su padre con Ana Bolena.
Ya en la década de 1520 Enrique había planeado divorciarse de Catalina para casarse con Ana, alegando que, como Catalina había sido la esposa de su hermano fallecido, su unión con Enrique era incestuosa. El papa, sin embargo, se negó a reconocer el derecho de Enrique a divorciarse de Catalina, incluso después de que el divorcio fuera legalizado en Inglaterra. En 1534 Enrique rompió con Roma y estableció la Iglesia de Inglaterra. La acusación de incesto en efecto hizo ilegítima a Mary. Ana, la nueva reina, dio al rey una hija, Isabel (la futura reina), prohibió a María el acceso a sus padres, la despojó de su título de princesa y la obligó a actuar como dama de compañía de la infante Isabel. María nunca volvió a ver a su madre, aunque, a pesar del gran peligro, se correspondían en secreto. El odio de Ana persiguió a María tan implacablemente que María temía la ejecución, pero, teniendo el coraje de su madre y toda la terquedad de su padre, no admitió la ilegitimidad de su nacimiento. Tampoco entraría en un convento cuando se le ordenara hacerlo.
Después de que Ana cayera bajo el disgusto de Enrique, se ofreció a perdonar a María si ella lo reconocía como cabeza de la Iglesia de Inglaterra y admitía la «ilegalidad incestuosa» de su matrimonio con su madre. Se negó a hacerlo hasta que su primo, el emperador Carlos, la convenciera de ceder, una acción que lamentaría profundamente. Enrique se reconcilió con ella y le dio un hogar acorde con su posición y de nuevo hizo planes para su compromiso. Se convirtió en madrina del Príncipe Eduardo, hijo de Enrique y de Jane Seymour, la tercera reina.
María era ahora la princesa europea más importante. Aunque sencilla, era una figura popular, con una buena voz contralto y una gran habilidad lingüística. Sin embargo, no fue capaz de liberarse del epíteto de bastardo, y sus movimientos estaban severamente restringidos. Marido tras marido le propuso matrimonio, pero no pudo llegar al altar. Sin embargo, cuando Enrique se casó con Catalina Howard, a María se le concedió permiso para regresar a la corte, y en 1544, aunque todavía se la consideraba ilegítima, se le concedió la sucesión al trono después de Eduardo y de cualquier otro hijo legítimo que pudiera nacer de Enrique.